Hoy hablamos de elección y de consagración. La primera lectura (1 Samuel 3, 3b-10. 19) presenta a Samuel, que será el mayor profeta de Israel, casi diríamos que el definitivo fundador del pueblo como estado.
El escritor lo presenta como un elegido de Dios, afirma que «Dios estaba con él» (como más tarde dirá Pedro acerca de Jesús), porque todo lo bueno viene de Dios, y el pueblo de Israel cree que Dios también está con él.
Pablo habla de algo mucho más concreto: somos de Dios, todo lo nuestro es de Dios, estamos consagrados, nuestro cuerpo es el templo del Espíritu Santo (2ª lectura: 1 Corintios 6, 13c-15a. 17-20). Por eso Pablo se horroriza de que manchemos ese templo. Y, más cerca de nosotros, el Evangelio (Juan: 1, 35-42) cuenta una emocionante escena: cómo siguieron a Jesús sus primeros discípulos. Esta escena nos hace pensar: los que siguen a Jesús pasan la noticia a otros... Así nace la Iglesia, así nació nuestra fe... y esto se espera de nosotros. Juan, uno de los dos, se acordaba, muchos años después, del momento exacto en que Jesús se cruzó en su vida: junto al Jordán, como a las cuatro de la tarde.