«Meteré mi ley en su
pecho, la escribiré en sus corazones» (1ª lectura: Jeremías 31, 31-34). Durante
siglos, la fe de Israel va madurando. Con Jeremías alcanza ya cumbres que se
asoman al mismo Jesús. Y aquí tenemos una de ellas, además muy importante: la
Alianza, la Ley, la Religión misma no consiste en cosas externas, sino en un «cambio
de corazón»; estamos cerca del consejo básico del mensaje de Jesús que dice «convertíos».
Esta conversión tiene un momento decisivo: la presencia del mismo Jesús, la
Palabra hecha carne.
En el Evangelio (Juan
12, 20-33) vemos cómo lo entiende Jesús: sabe que ha llegado su hora, que es a
la vez cruz y glorificación, muerte y éxito. Sabe que el grano de trigo está a
punto de morir para dar inmenso fruto.
Y la Iglesia comprende
(2ª lectura: Hebreos 5, 7-9) que la obediencia de Jesús, la aceptación de su
misión hasta la muerte, es realmente «consumación», plenitud, salvación para
todos nosotros.
Son textos cargados de teología, quizá difíciles de entender; son el esfuerzo de los primeros pensadores cristianos para acercarse a comprender profundamente a Jesús.