Tres lecturas llenas de
sorpresas, de sobresaltos. La más dura, la tercera (Evangelio: Juan 2, 13-25):
Jesús a latigazo limpio con los mercaderes. ¿Este es el Jesús que acoge a los
pecadores, que cura a los enfermos, que acaricia a los niños?
Pero hay que recordar
(2ª lectura: 1 Corintios 1, 22-25) que Jesús es «fuerza y sabiduría de
Dios». ¿Por qué nos sorprende verlo látigo en mano vaciando el Templo? ¿No será
que no lo hemos entendido bien? ¿Quizá en aquel Templo no se adoraba a Dios
como él quiere, sino que era un nido de abusos y mentiras? Pero ¡qué largo ha
sido para la humanidad el camino del conocimiento de Dios!
Podemos ver sus
comienzos (1ª lectura: Éxodo 20, 1-17): contiene maravillas y otros tantos
disparates. ¿Cómo escucharemos la Palabra de Dios sin estropearla? La respuesta
es sencilla: Jesús es la Palabra definitiva. No necesitamos milagros ni
filosofías. Contemplar a Jesús, enamorarse de él, seguirlo. El camino está bien
marcado, Jesús es la verdad y el camino.