Así es como lo entienden (1ª lectura: Isaías 50, 4-7) y también Pablo en su carta a los cristianos de Filipos (2ª lectura: Filipenses 2, 6-11).
Y con esas pistas podemos leer la Pasión (Evangelio: Marcos 14, 1-15, 47). Si habíamos esperado éxitos victoriosos, conversiones en masa, aclamaciones de las naciones, estábamos muy equivocados. El triunfo de Jesús es la cruz, Jesús no triunfa como Alejandro Magno o Napoleón, imponiéndose a la fuerza. Él triunfa aceptando la misión que le confía el Padre, llegando al corazón de la gente: no por sumisión sino por conversión. Los discípulos montaron una entrada triunfal, pero Jesús entró en el Templo de Jerusalén llorando, porque sabía que lo iban a rechazar, y que esto iba a ser su ruina. Y es que Jerusalén estaba eligiendo entre su propia gloria y el Reino de Dios.