domingo, 9 de agosto de 2015

DOMINGO 19º del Tiempo Ordinario


      Todos saben que Jesús no es más que un carpintero, hijo del carpintero, y conocen a su madre (Evangelio: Juan 6, 41-51). No ha bajado del cielo sino de sus padres. Es un impostor.
      No han entendido nada, siguen pensando en apariciones espectaculares, en dioses deslumbrando desde montañas humeantes. No pueden reconocer a Dios en un hombre de apariencia normal.
      Pero Dios resplandece en Jesús… para el que no espere dioses-ídolos llenos de poder y crueldad. Del cielo no caen rayos para atemorizar y destruir, sino pan para alimentar.
      El mismo pan que dio fuerzas al propio Elías (1ª lectura: 1 Reyes 19, 4-8) para atravesar el desierto y llegar al encuentro con Dios en el monte. Ese es el pan que hace posible el estupendo milagro de una vida según Jesús, tal y como la describe Pablo (2ª lectura: Efesios 4, 30-5, 2).
      Vivir así es un milagro, solo posible por la fuerza de Dios. Para eso contamos con el Pan de Dios, Jesús, el hijo de José y María.