Hay un momento en la vida de
Jesús en el que muchos, incluso de sus fieles seguidores, no aguantan su
mensaje (Evangelio: Juan 6, 60-69). Se les presentó el momento de elegir: lo de
antes, lo de siempre o, por el contrario, cambiarse a Jesús.
Hasta los más
íntimos dudan. Pero Pedro, portavoz de todos, da la respuesta perfecta: «¿A
quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna». Esa fue la misma elección que tuvieron
que hacer los israelitas al llegar a la tierra prometida. Su jefe, Josué, se la
plantea de manera clara e inequívoca: ¿vais a servir al Señor o a otros ídolos?
(1ª lectura: Josué 24, 1-2a. 15-17. 18b). Y es emocionante ver al pueblo entero
optando por Dios.
La segunda lectura (Efesios 5, 21-33) nos da ocasión para
distinguir entre la Palabra de Dios y nuestras costumbres y opiniones. Es claro
que Pablo sigue la mentalidad de la época, aun cuando introduce con claridad el
amor y el respeto entre los cónyuges, novedad que rompe los moldes anteriores y
sí se funda en Jesús.