Isaías
había adivinado ya que el Mesías de Dios no sería un rey triunfador (1ª
lectura: Isaías 50, 5-9a) y anuncia su rechazo, su sufrimiento. Ahora
llega el momento en que esto se cumpla, y Pedro no lo puede tolerar. Jesús lo
corrige severamente, lo llama «Satanás» (Evangelio: Marcos 8, 27-35) porque
la opción de Pedro es precisamente lo contrario de lo que piensa Dios.
Pedro
está pensando en triunfar a la derecha de un rey poderoso. Jesús, sin embargo, está
pensando en dar la vida. Son dos conceptos de «reinar» absolutamente opuestos.
Son dos modos de vivir: según la lógica «del mundo» o «según la lógica de Dios».
A Pedro, que sigue a Jesús de corazón, sincero y fiel, le falta mucho camino
por andar. Su conversión es escasa porque no entiende a Jesús.
Es como los
cristianos de los que habla la segunda lectura (Santiago 2, 14-18): muchas
palabras y pocas obras, mucha fe pero ningún interés por el prójimo. Jesús es
más concreto, más realmente exigente. Ni palabras, ni triunfos, ni ritos. Amar
a Dios y que se note en el amor al prójimo.