«Todo
lo ha hecho bien». Nos encanta escuchar que dicen esto de Jesús. Y pensamos que
eso tiene que ser la voluntad de Dios: que todo esté bien, que nada esté mal,
que se cure el sordo y pueda hablar el mudo (Evangelio: Marcos 7, 31-37), que
broten aguas en el desierto, que se cure toda enfermedad y se solucionen los
problemas, que desaparezcan los sufrimientos, que haya paz, que no haya hambre
ni miseria… (1ª lectura: Isaías 35, 4-7a).
Pero la vida no es así, creamos o no
creamos en Dios. No nos parece que todo esté bien hecho, ni siquiera que Dios
nos escuche cuando le pedimos. Sin embargo, así es Jesús, el que cura, el que
todo lo hace bien, porque Dios está con él, porque se parece a su Padre. Y
espera que seamos nosotros los que hagamos ese mundo libre de maldad, libre de
dolor, con los criterios cambiados, como aparece en la segunda lectura
(Santiago 2, 1-5).
Jesús, curando y proclamando la Palabra, nos permite soñar
con la humanidad nueva, lo que él llamaba «el Reino», el proyecto de Dios.