«No es de los nuestros», por
tanto no es de Dios. ¡Qué vieja y mezquina tentación! Solo nosotros conocemos a
Dios. Dios es nuestro y solo nosotros tenemos su Palabra. Nosotros, la Iglesia,
hemos llegado a afirmar (¡como dogma de fe!) que fuera de la Iglesia no hay
salvación. Jesús piensa todo lo contrario (Evangelio: Marcos 9, 38-43. 45.
47-48).
El espíritu es precisamente al revés, como el de Moisés (1ª lectura:
Números 11, 25-29): «¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera
el espíritu del Señor!». Además, a Jesús le importa menos si alguien hace
prodigios que su modo de vivir generoso, compasivo, exigente, consecuente con
su fe.
La segunda lectura (Santiago 5, 1-6) hace una aplicación concreta.
Repudia a los ricos y emite un juicio espectacular: «El jornal defraudado a los
obreros que han cosechado vuestros campos está clamando contra vosotros; y los
gritos de los segadores han llegado hasta el oído del Señor de los ejércitos».
Por mucha religión que profeséis de boca, no agradáis a Dios. Y esta formidable
comparación: «Os habéis cebado para el día de la matanza».