Terrible el Dios del Antiguo
Testamento. Ante la primera infidelidad del pueblo, «mi ira se va a encender
contra ellos hasta consumirlos» (1ª lectura: Éxodo 32, 7-11. 13-14). No
conocían a Dios y se lo imaginaban temible. Pero Jesús sabe mucho más de Dios:
lo conoce como un pastor que se desvive por una oveja perdida, como una mujer
radiante de alegría porque ha encontrado la moneda perdida. Que se va con gente
de mala fama, porque quiere solucionar sus problemas, hasta el punto de que la
gente bien murmura: «Ése acoge a los pecadores y come con ellos» (Evangelio:
Lucas 15, 1-10).
Pablo sabe muy bien que él mismo es la oveja perdida y
recuperada: «Eso que yo antes era un blasfemo, un perseguidor y un violento.
Pero Dios tuvo compasión de mí, porque yo no era creyente y no sabía lo que
hacía. Dios derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor cristiano. Podéis
fiaros y aceptar sin reserva lo que digo: que Jesús vino al mundo para salvar a
los pecadores, y yo soy el primero» (2ª lectura: 1 Timoteo 1, 12-17).
En Jesús hemos visto que nosotros, los pecadores, tenemos una
esperanza: nuestro Padre Dios nos quiere.