Amós es el profeta de los pobres, el azote de los ricos insensibles que viven como reyes mientras el pueblo se muere de miseria (1ª lectura: Amós 6, 1a. 4-7). La misma imagen del rico banqueteador de la parábola (Evangelio: Lucas 16, 19-31). Envuelto en muchos símbolos y creencias de la época (el seno de Abrahán, el infierno), Jesús envía un mensaje estremecedor. Es una de las parábolas más sombrías de Jesús, sobre todo por su final: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto». Jesús describe así una realidad comprobable: si ante el dolor y la miseria permanecemos impasibles, es que nuestro corazón está muerto. Y, por lo tanto, no hay remedio.
Nosotros, Occidente, el Norte... o como queramos llamarlo, tenemos ante nuestra puerta (a través de los medios de comunicación, a través de la realidad que cuentan los protagonistas o las ONG...) la miseria y el dolor del mundo. ¿Escucharemos la Palabra de Jesús
«a mí me lo hicisteis, a mí me lo dejasteis de hacer» o, por el contrario, es que ya no tenemos remedio, porque se nos ha muerto el corazón?