Hoy, al igual que hace una semana, recordamos y
tenemos presente entre nosotros de forma especial a la Virgen María; en este
caso, rememoramos el momento en el que se encuentra al pie de la Cruz junto a
su Hijo, y contempla y vive como el Salvador muere por todos nosotros, por
nuestra Salvación. Es en este momento, en el que María sufre su Mayor Dolor; la
espada de dolor que atraviesa su Corazón se hace más dolorosa; y finalmente,
Ella, la Madre, Nuestra Madre Santísima, queda sola y desamparada ante el hecho
que acaba de presenciar, la Soledad la invade y ello agrava aún más sus
Dolores.
María sufre, y mucho, por el pecado de todos y cada
uno de nosotros al igual que su Hijo, clavado en la Cruz y muerto. Aunque precisamente,
la Cruz de Jesús no representa la muerte; la Cruz es exaltada, Fiesta que ayer
celebrábamos, aparece triunfante y florida como en mayo; la Cruz de Cristo es
amor, es querer a Dios y al prójimo, lo que conlleva a la misericordia y la paz
para con el prójimo y la misericordia de Dios para con nosotros, sus hijos.
Aunque a su vez, nosotros, integrantes de la Iglesia que fundó su propio Hijo y
Hermano nuestro, Jesús, debemos corresponderle al Señor teniendo caridad para
con el necesitado, y esperanza y fe en Él; en Cristo vivo y resucitado,
presente entre nosotros, y visible en la Eucaristía; Sacramento mediante el que
podemos sentirlo en nuestro interior, en nuestro ser, que se impregna de sus
virtudes, de entre ellas la fe, que de manera especial hacíamos pública y
celebrábamos en la tarde-noche de ayer en Córdoba, en el Vía Crucis Magno de la
Fe, con motivo del especial año dedicado a esta virtud teologal que estamos
celebrando los católicos.
El rezo del Vía Crucis fue introducido en la Iglesia
de occidente por el beato Álvaro de Córdoba, siendo Córdoba la primera ciudad,
después de Jerusalén, que rezó el Vía Crucis; por tanto, ciudad por excelencia
de este rezo Camino de la Cruz. Cruz de la que participa María, y de la que
debemos participar todos nosotros, siguiendo su maternal ejemplo, para que al
igual que a Ella, la Cruz nos lleve al amor, porque como decía al principio, la
Cruz de Cristo es amor; amor que María tiene para con su hijos, su fieles que
seguimos a la Estrella, que nos trae el mensaje de la Nueva Evangelización, el
Mensaje de Jesús, en este Año de la Fe; aceptémoslo y hagámonos partícipes de
él, de las Enseñanzas de la Escritura, del Maestro, de su Ejemplo, del ejemplo
de la Madre, la que nos guía hacia la Luz triunfante, Cristo Resucitado.
Tengamos presente en cada uno de nosotros la Cruz,
toquémosla e incluso, carguemos con Ella; sin duda será un estímulo de fe y
oración junto a Jesús Sacramentado, y de compromiso para con el prójimo,
teniendo en cuenta el compromiso de María, que estuvo junto a su Hijo hasta el
final, para con nosotros, sus Hijos. Recemos a Nuestra Madre, María Santísima
de la Soledad, para que sintamos esta fe en Ella y en su Bendito Hijo Jesús, y
actuemos de acuerdo a ella. Pidamos finalmente por las intenciones del Papa
Francisco, y especialmente por la paz y el cese de la violencia en el mundo. Amén.