Tomás va más lejos y no se lo cree hasta que el mismo Jesús se le hace
personalmente evidente (Evangelio: Juan 20, 19-31).
Así nació nuestra fe, que
nos lleva a conocer y a amar a Dios, porque somos Hijos, como Jesús es el Hijo,
porque «hemos nacido de Dios» (2ª lectura: 1 Juan 5, 1-6).
Por esa evidencia
transformadora ellos cambiaron de vida. La fuerza de Jesús los hizo hermanos
que todo, absolutamente todo, lo compartían con gran generosidad (1ª lectura:
Hechos 4, 32-35).
Y así fueron testigos del resucitado. No solo por sus palabras
sino también, y sobre todo, porque su vida había cambiado. Eran ya una
humanidad resucitada, nueva. Y todo el mundo veía con sus propios ojos que
Jesús no había muerto, sino que estaba vivo y presente en su Iglesia.