«No está aquí. Ha resucitado. No busquéis entre los
muertos al que está vivo». Resucitar significa cambiar de vida, entrar en una
vida diferente. A esto precisamente invita Dios a Israel (1ª lectura: Éxodo 14,
15-15, 1): abandonar una vida que no lo es, que más bien deberíamos llamar
muerte.
Pablo (2ª lectura: Romanos 6, 3-11) lo entiende muy bien: por el
bautismo, al incorporarnos a la Iglesia y al modo de vivir según Jesús,
abandonamos un modo de vivir que no merece ese nombre. Crucificamos el modo
viejo para entrar en otro modo, luminoso y para siempre, el de Jesús.
Las
mujeres al amanecer del domingo (Evangelio: Marcos 16, 1-7), descubren que la
vida mortal de Jesús es solo algo pasajero, que su vida completa está más
adentro y más allá, incluso más allá de la muerte. Y descubren también que se nos invita a todos a
incorporarnos a esa vida.
Jesús ya ha llegado a su destino, ha entrado en la
plenitud de Dios. Y se nos invita a seguirlo.