El relato de la Pasión, muy probablemente contado por un testigo presencial, es para leerlo despacio, degustando, reflexionando, sintiendo: porque nos tiene que llegar al corazón.
Nos puede ayudar la estupenda frase: «Ha sido probado en todo exactamente como nosotros» (2ª lectura: Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9), o la espectacular imagen profética de Isaías (1ª lectura: 52, 13-53, 12).
Porque lo que importa de verdad no es ante todo saber, sino sentir, o como dice San Ignacio: «gustar de las cosas internamente».
Hoy es día para que nuestra oración no pretenda saber, ni tampoco pedir, sino contemplar a nuestro Señor crucificado, para entender el misterio humano, para poner la confianza en el Padre, para dar, de corazón, gracias a Jesús.