Anuncio, Luz, darla; es la misión encomendada que nos toca
asumir. Cristo resucita y ello no es cualquier hecho, es la acción sobre toda
acción, es el resurgir nuevo de todo un mundo; eso sí, ¿el mundo está dispuesto
a seguirlo o por el contrario rehúye de sí, de su divina presencia, del
compromiso atento que nos exige hacerlo? Todas estas preguntas caben una vez
iniciada la Pascua de Resurrección porque Cristo se ha hecho Luz para las
naciones, ilumina nuestro discurrir junto a Él, si creemos, y lo intenta cuando
nos alejamos; da luz como debemos nosotros y nos hace valorar la obra que junto
a sí colmamos; sí, llenamos, siempre y cuando dispongamos todo nuestro ser para
la tarea, cuando nos acerquemos y unidos dialoguemos, es decir, hagamos el bien
que la Verdad pone ante nosotros; dejemos atrás la muerte al renovar nuestro
compromiso.
Pero qué o quién es la Verdad, dice
Pilatos; no sabe qué es y se lo pregunta a Cristo. Probablemente la gente o la
muchedumbre que lo recibía en Jerusalén, en esa aparente entrada triunfal,
tampoco lo supiese; digo aparente
porque el recibimiento no tuvo nada que ver con el discurrir de acontecimientos
que sucedieron en los días siguientes a ese entrar siendo alabado, con palmas,
ramos, cantos y vítores. «¡Bendito el que viene en nombre del Señor!» Paz,
esperanza, amor; caridad y fe. Era un día gozoso, pero eso se convirtió en
dolor, en entrega y en pecado; el amor fraterno respirado en la institución
eucarística se convirtió en negación, en beso de Judas; la oración en el huerto
se hizo prendimiento. La tentación tocó a Jesús pero la rechazó: el cáliz no
fue apartado sino sufrido, fue sangre derramada, carne ensangrentada. El Hijo
del Hombre supo asumir lo que se le venía, como un abandono de su Padre; por
qué: porque no te he abandonado, porque mi amor por mis hijos me ha hecho hacer
lo que hago con el mío, porque eres instrumento para apartar el pecado y borrar
la culpa; el mal desaparece y da paso a una vida nueva, libre de mancha:
¡gracias!
El compromiso late en el corazón
cristiano, el que da las gracias, pero sus discípulos lo abandonaron, lo
dejaron todos, menos Juan, también algunas mujeres: Magdalena, su Madre, entre
otras. «El que quiera seguirme que tome su cruz y me siga». Juan y ellas lo
hicieron, ¿y nosotros? El pueblo quiere la crucifixión para el que fuera su
Maestro, también, en cierto modo, sus discípulos, porque no han sabido
corresponderlo; quieren soltar a un bandido y condenar a muerte a Jesús. Le dan
de lado y si lo miran es para escupirle, abofetearlo e insultarlo; Él no ha
faltado el respeto, se ha comportado conforme a su naturaleza divina. Se ha
presentado como Hijo de Dios y no ha sido creído; los judíos quieren que muera,
Pilatos es inducido por ellos.
Carga y se escribe en su madero su
definición: «Rey de los judíos»; estos piden que se corrija y Pilatos dice que «lo
escrito, escrito está». «Perdónalos porque no saben lo que hacen». «Tengo sed».
María y Juan: este la acoge atendiendo el deseo de su Maestro. La muchedumbre
no sabe lo que hace, no sabemos qué hacemos, no escuchamos su voz y endurecemos
nuestro corazón; Jesucristo manda un mensaje de paz y de amor, de esperanza y
solidaridad; la gente no quiere compartir y condena a quien así lo dice y hace,
a quien enseña el mensaje verdadero y bueno de la fe y la caridad. Magdalena
anuncia su Evangelio, da testimonio, es discípula convertida a su Maestro, por
Él; Juan, joven discípulo, prometedor, sabe qué hacer, da testimonio, escribe y
actúa; María guardaba en su corazón las enseñanzas de su Dios, hechas Palabra
de vida en su Hijo, José también lo hacía, pero María es la que queda, sola,
para vivir y presenciar, para sentir, el dolor, el dolor de Madre por el dolor
del Hijo; causa, tristeza, lágrimas, acompañamiento de Juan, nuevo hijo.
La Pasión de Jesús no termina en
destrucción y muerte, no tendría sentido, no habría dado lugar a una religión;
hoy no celebraríamos nada. Al tercer día resucitó y anunció y concedió la
gracia, la vida y la plenitud a todas las naciones, se hizo la Luz; la noche se
iluminó y nuestras vidas se encendieron y resurgieron para hacer como Él:
decir, hacer y corresponder. Salir al encuentro de Jesús como Magdalena, Juan y
María; y tantos otros, en tantos otros tiempos, porque han confiado en su
Maestro y lo han llevado a todos, a todos, porque todos lo necesitamos, porque
ir de su mano guiados, por el Buen Pastor, es la misión del cristiano: la de la
Resurrección: la del acompañar, salir al encuentro, hacer lo mejor que podamos
cuanto tengamos que hacer, cuanto sea a favor del prójimo, cuanto sea obrar
conforme a su imagen y semejanza porque lo somos.
¡Feliz Pascua de Resurrección! Es tiempo de comprometerse y
de hacer nuestra la vida renovada de Jesús.
Jesús Cuevas Salguero