lunes, 6 de abril de 2015

Jesucristo renace, nuevo, Luz, entre y para nosotros; ¡feliz Pascua de Resurrección!


Anuncio, Luz, darla; es la misión encomendada que nos toca asumir. Cristo resucita y ello no es cualquier hecho, es la acción sobre toda acción, es el resurgir nuevo de todo un mundo; eso sí, ¿el mundo está dispuesto a seguirlo o por el contrario rehúye de sí, de su divina presencia, del compromiso atento que nos exige hacerlo? Todas estas preguntas caben una vez iniciada la Pascua de Resurrección porque Cristo se ha hecho Luz para las naciones, ilumina nuestro discurrir junto a Él, si creemos, y lo intenta cuando nos alejamos; da luz como debemos nosotros y nos hace valorar la obra que junto a sí colmamos; sí, llenamos, siempre y cuando dispongamos todo nuestro ser para la tarea, cuando nos acerquemos y unidos dialoguemos, es decir, hagamos el bien que la Verdad pone ante nosotros; dejemos atrás la muerte al renovar nuestro compromiso.

Pero qué o quién es la Verdad, dice Pilatos; no sabe qué es y se lo pregunta a Cristo. Probablemente la gente o la muchedumbre que lo recibía en Jerusalén, en esa aparente entrada triunfal, tampoco lo supiese; digo aparente porque el recibimiento no tuvo nada que ver con el discurrir de acontecimientos que sucedieron en los días siguientes a ese entrar siendo alabado, con palmas, ramos, cantos y vítores. «¡Bendito el que viene en nombre del Señor!» Paz, esperanza, amor; caridad y fe. Era un día gozoso, pero eso se convirtió en dolor, en entrega y en pecado; el amor fraterno respirado en la institución eucarística se convirtió en negación, en beso de Judas; la oración en el huerto se hizo prendimiento. La tentación tocó a Jesús pero la rechazó: el cáliz no fue apartado sino sufrido, fue sangre derramada, carne ensangrentada. El Hijo del Hombre supo asumir lo que se le venía, como un abandono de su Padre; por qué: porque no te he abandonado, porque mi amor por mis hijos me ha hecho hacer lo que hago con el mío, porque eres instrumento para apartar el pecado y borrar la culpa; el mal desaparece y da paso a una vida nueva, libre de mancha: ¡gracias!

El compromiso late en el corazón cristiano, el que da las gracias, pero sus discípulos lo abandonaron, lo dejaron todos, menos Juan, también algunas mujeres: Magdalena, su Madre, entre otras. «El que quiera seguirme que tome su cruz y me siga». Juan y ellas lo hicieron, ¿y nosotros? El pueblo quiere la crucifixión para el que fuera su Maestro, también, en cierto modo, sus discípulos, porque no han sabido corresponderlo; quieren soltar a un bandido y condenar a muerte a Jesús. Le dan de lado y si lo miran es para escupirle, abofetearlo e insultarlo; Él no ha faltado el respeto, se ha comportado conforme a su naturaleza divina. Se ha presentado como Hijo de Dios y no ha sido creído; los judíos quieren que muera, Pilatos es inducido por ellos.

Carga y se escribe en su madero su definición: «Rey de los judíos»; estos piden que se corrija y Pilatos dice que «lo escrito, escrito está». «Perdónalos porque no saben lo que hacen». «Tengo sed». María y Juan: este la acoge atendiendo el deseo de su Maestro. La muchedumbre no sabe lo que hace, no sabemos qué hacemos, no escuchamos su voz y endurecemos nuestro corazón; Jesucristo manda un mensaje de paz y de amor, de esperanza y solidaridad; la gente no quiere compartir y condena a quien así lo dice y hace, a quien enseña el mensaje verdadero y bueno de la fe y la caridad. Magdalena anuncia su Evangelio, da testimonio, es discípula convertida a su Maestro, por Él; Juan, joven discípulo, prometedor, sabe qué hacer, da testimonio, escribe y actúa; María guardaba en su corazón las enseñanzas de su Dios, hechas Palabra de vida en su Hijo, José también lo hacía, pero María es la que queda, sola, para vivir y presenciar, para sentir, el dolor, el dolor de Madre por el dolor del Hijo; causa, tristeza, lágrimas, acompañamiento de Juan, nuevo hijo.

La Pasión de Jesús no termina en destrucción y muerte, no tendría sentido, no habría dado lugar a una religión; hoy no celebraríamos nada. Al tercer día resucitó y anunció y concedió la gracia, la vida y la plenitud a todas las naciones, se hizo la Luz; la noche se iluminó y nuestras vidas se encendieron y resurgieron para hacer como Él: decir, hacer y corresponder. Salir al encuentro de Jesús como Magdalena, Juan y María; y tantos otros, en tantos otros tiempos, porque han confiado en su Maestro y lo han llevado a todos, a todos, porque todos lo necesitamos, porque ir de su mano guiados, por el Buen Pastor, es la misión del cristiano: la de la Resurrección: la del acompañar, salir al encuentro, hacer lo mejor que podamos cuanto tengamos que hacer, cuanto sea a favor del prójimo, cuanto sea obrar conforme a su imagen y semejanza porque lo somos.

¡Feliz Pascua de Resurrección! Es tiempo de comprometerse y de hacer nuestra la vida renovada de Jesús.

Jesús Cuevas Salguero