María no es consciente aún de que ha empezado el tiempo nuevo; ya no se trata de entusiasmo por Jesús, se trata de creer en él. Se trata de decir, de corazón, acerca del crucificado, que «Dios estaba con él» (1ª lectura: Hechos 10, 34. 37-43). Tampoco se trata de saber dónde está, sino de resucitar con él (2ª lectura: Colosenses 3, 1-4). Se trata de estar tan muertos al mundo como Jesús, tan resucitados a la vida nueva como Jesús. Es emocionante la carrera hacia el sepulcro de Simón y Juan.
Y más aún, la confesión de Juan: «Vio y creyó». ¿Qué vio? Solamente unos lienzos por el suelo y un sudario plegado. Fue suficiente para Juan; está ya a punto de pasar del entusiasmo a la fe en Jesús. Y es que María y Juan son dos protagonistas de esa fe en Jesús; los dos se distinguen porque les mueve la misma fuerza: el amor incondicional a Jesús.