domingo, 20 de abril de 2014

DOMINGO DE PASCUA de Resurrección del Señor

 
      Todavía está oscuro, pero se anuncia tímidamente la aurora. María no puede aguantar más y corre a la tumba, ¿a estar con Jesús, que ya está muerto? El amor no necesita explicaciones. Pero Jesús no solo no está muerto, sino que no está. «Se han llevado al Señor y no sabemos dónde lo han puesto» (Evangelio: Juan 20, 1-9).

      María no es consciente aún de que ha empezado el tiempo nuevo; ya no se trata de entusiasmo por Jesús, se trata de creer en él. Se trata de decir, de corazón, acerca del crucificado, que «Dios estaba con él» (1ª lectura: Hechos 10, 34. 37-43). Tampoco se trata de saber dónde está, sino de resucitar con él (2ª lectura: Colosenses 3, 1-4). Se trata de estar tan muertos al mundo como Jesús, tan resucitados a la vida nueva como Jesús. Es emocionante la carrera hacia el sepulcro de Simón y Juan.

      Y más aún, la confesión de Juan: «Vio y creyó». ¿Qué vio? Solamente unos lienzos por el suelo y un sudario plegado. Fue suficiente para Juan; está ya a punto de pasar del entusiasmo a la fe en Jesús. Y es que María y Juan son dos protagonistas de esa fe en Jesús; los dos se distinguen porque les mueve la misma fuerza: el amor incondicional a Jesús.