domingo, 13 de abril de 2014

DOMINGO DE RAMOS

 Jesus entra a Jerusalen

      Según Lucas, Jesús entró en Jerusalén llorando. Sabía muy bien lo que le esperaba detrás de aquellas palmas y aclamaciones. Sabía lo que suponían las frases de Isaías (1ª lectura: Isaías 50, 4-7) «ofrecí la espalda a los que golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba, no oculté el rostro a insultos y salivazos». Sabía lo que le esperaba y lloró por Jerusalén.

      Apresado, sometido a torturas, sometido a la muerte, como un hombre cualquiera (2ª lectura: Filipenses 2, 6-11), como un hombre lleno de Dios que acepta la tortura y la muerte, fiel a su misión, comprometido con sus hermanos, a pesar de la crueldad, la ceguera, la envidia, a pesar de los pecados de todos, que se cebaron en él.

      Este es el profundo mensaje del relato de la Pasión (Evangelio: Mateo 26, 14-27, 66). Jesús entrando en Jerusalén es como un cordero inocente que sabe que va al matadero. Pudo escaparse, pudo refugiarse en Betania, pudo desaparecer, lo había hecho otras veces. Pero ahora no. Es su hora, la hora de dar el todo por el todo, la cumbre de su entrega y de su vida.