viernes, 18 de abril de 2014
VIERNES SANTO de la Pasión del Señor
Parece como si Isaías estuviese viendo la Pasión de Jesús: «No tenía apariencia ni presencia; no tenía aspecto que pudiésemos estimar. Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores despreciable, y no lo tuvimos en cuenta. Como un cordero al degüello era llevado, y como oveja que ante los que la trasquilan está muda, tampoco él abrió la boca (...) indefenso se entregó a la muerte y con los malhechores fue contado...» (1ª lectura: Isaías 52, 13-53).
Así lo veremos en el Evangelio (Pasión según Juan 18, 1-19, 42). Todos los que pasaban se reían de él diciendo: «Bájate de la cruz y creeremos en ti». Sin embargo no bajó de la cruz, y precisamente por eso creemos en él, porque «llegando hasta el final, se ha convertido en fuente de salvación eterna» (2ª lectura: Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9).
El relato de Juan añade a los otros evangelios el golpe de gracia, la lanza que le atraviesa el corazón: «y al instante salió sangre y agua». Ya no le queda a Jesús ni una gota de sangre. Su corazón se ha abierto, se ha vaciado por todos.