viernes, 29 de marzo de 2013

VIERNES SANTO de la Pasión del Señor

     
      Jesús no fue sacerdote del templo de Jerusalén. Su sacerdocio el nuestro no es ofrecer cabritos y novillos en espectáculos sagrados, sino entregar la propia vida a favor de nuestros hermanos (2ª lectura: Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9). Toda su vida fue un total sacrificio, hasta su último aliento, hasta la última gota de su sangre. Al verlo en la cruz, imaginándolo como en la visión profética de Isaías (1ª lectura: Isaías 52, 13-53, 12): «sin aspecto atrayente, despreciado y evitado por los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros», nos estremece, sobre todo por su entrega total. No ha ahorrado nada por nosotros.

      Hoy tenemos que leer el tecto de la Pasión (Juan 18, 1-19, 42) con el corazón estremecido. Y volvemos a Isaís: ahí no acabó todo, ese crucificado destrozado, humillado, no ha llegado al final. Tendrempos que esperar un largo y oscuro sábado de desconcierto, de desafío a la esperanza, pero llegará para Él y para nosotros la mañana radiante del domingo, en la que mostrará el poder del Padre y el triunfo de la Resurrección.